Opinión

Cuando los periodistas hacían periodismo: nostalgia de Interviú

Cuando los periodistas hacían periodismo: nostalgia de Interviú

El periodismo rabiosamente independiente y libre en España cumple 40 años esta semana. Los cumple en la piel de la revista más peculiar de la historia del periodismo español, Interviú. El semanario lo celebra a su estilo, con Chenoa a todo trapo en portada.

El periodismo rabiosamente independiente y libre en España cumple 40 años esta semana. Los cumple en la piel de la revista más peculiar de la historia del periodismo español, Interviú. El semanario lo celebra a su estilo, con Chenoa a todo trapo en portada.

La chica de portada ha sido siempre una excusa, desde que en mayo de 1976, solo seis meses después de la muerte de Franco, Antonio Asensio Pizarro se inventara el asunto, que había que echarle valor al tema. Un argumento incontestable de ventas, una coartada para que los golfos del país le quitaran credibilidad a las exclusivas de la revista.

Pero quiá, las exclusivas, en Interviú, son tozudas y cojoneras. Acaban convirtiéndose en sumarios, años en la cárcel, mogollón. O escándalo.

Muchos pueden decir que Interviú es la versión ibérica de la prensa amarilla o sensacionalista. Uno, que ha mamado de esa escuela de 20 años largos de profesión, puede asegurar que el hecho de buscar el titular más atractivo, o el enfoque menos aburrido, no es óbice del rigor. Lo atestiguan noches y noches de cierre en las manos de grandes jefes de redacción como Luis Otero, Perfecto Conde, Pepe Calabuig, Manuel Azcona, Alberto Pozas (hoy insigne director), Fernando Rueda, Juan José Fernández y, me permitirán, singularmente el fallecido maestro Ángel Ibáñez.

Cuando Interviú caza a alguien con las manos en la masa, la excusa que busca siempre a la hora de justificar la pillada es la chica de portada. “Qué credibilidad tiene una revista que lleva a Chenoa en portada”. Nunca mejor dicho, eso es confundir el culo con las témporas.

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Entonces, y hoy, sacar a una mujer en portada (a veces ha sido un hombre, con gran éxito por cierto) tiene mucho más sentido que el meramente estético.

“Nunca nos ha gustado la moral que se escandaliza con un desnudo o un beso, pero que calla ante la inmoralidad descarada de una tortura, de una vivienda indigna o ante un niño sin escolarizar”. Estas verdades como puñales vigentes para el día de hoy mismo, se escribían en el editorial de Interviú en 1976. Hace 40 años.

Cuando un chaval apareció por la puerta de Interviú en el ya lejano enero de 1992, la estampa acojonaba. Máquinas de escribir cuando todo el país ya estaba informatizado, señores que fumaban en pipa, otros le daban a la Faria, visible presencia del alcohol, alguna corbata tipo 'watergate' y algún inclasificable monstruo como el gran Luis Cantero. Todo esto convivía con una generación nueva de periodistas que íbamos llegando, y mamando una forma de hacer periodismo que no se enseña en las facultades.

Como dice Juan José Fernández en un artículo por el 40 aniversario, es “periodismo al límite”. Nada de ruedas de prensa, nada de versiones oficiales, nada de visitas domesticadas y programadas por ministerios, nada de información de agenda, nada de carril, nada de lo que hoy abunda. Periodismo al límite, indagar donde nadie había llegado o donde nadie preguntaba. Cuando explicabas a los colegas de otros medios en lo que andabas, miraban desde la perplejidad: lo que se trabajaba –se trabaja– en Interviú no está en ninguna agenda oficial. Por eso muchas veces hay incredulidad cuando sale una exclusiva. “Eso es imposible, se sabría”. Se supo por Interviú.

Y ahí pongan lo que quieran: Gürtel, niños robados, planes de asesinato, presidentes y alcaldes corruptos, Granados cobrando en maletines, torturas. En su día informar sobre corrupción urbanística, en los años del país a todo ladrillo, era una temeridad. Los vecinos de los pueblos eran víctimas de la codicia, los alcaldes repartían regalías a manos llenas, decir que había gato encerrado era ser un aguafiestas. Hoy, los sumarios de los principales casos de corrupción están plagados de referencias a Interviú. Sobre todo en las conversaciones intervenidas a los corruptos, que se alarman y se comentan entre ellos la pupa que les hace haber salido en Interviú.

No era fácil meterse en esta maquinaria llena humo para un periodista joven. La exigencia máxima: contar lo que no estaba contado. El peor castigo, que te dijeran: "Eso ya está 'contao'". Uno salía de la facultad donde había ido a una clase a primera hora aprovechando la laxitud del horario de la revista (“estudié periodismo para no tener que madrugar”, decían, hoy me río) y escuchaba unas cuantas monsergas sobre periodismo y luego aterrizaba en la calle O’Donnell para meterse en el fango. “Los barrizales”, decía el grandísimo talento del malogrado Pedro Rodríguez, un maestro desde los 25 años que no llegó a mayor.

Viajes por los pueblos, donde no iba nadie. Hablar con quienes nadie quería dar voz, porque estaban fuera de los circuitos oficiales. Presidiarios, putas, marginados o víctimas orilladas por el poder. Atreverse con todo: ahí estaba la realidad, toda para ti, joven periodista, a por ella si te atreves.

Cuando se publica una portada en Interviú el cuerpo experimenta sensaciones anormales. Tras la “llamada puñetera” de contraste los jueves o viernes, día de cierre, todo el fin de semana sabes que en una imprenta, en una camioneta, en un quiosco, hay una revista con un titular que es absolutamente inédito,  poniendo en la picota a quien aún es un respetable político, o empresario, o abogado, o general. Eso produce vértigo y un nudo en el estómago.

Pero a Interviú se va para ser valiente, no para echar vino al agua. Quien ha querido aguar el vino del periodismo rabioso e independiente, la ha cagado en el quiosco. Porque Interviú solo vive de lo que vende. A la publicidad nunca le gustó verse metido en estos líos.

Independiente. A finales de los 90, con el poderoso Gobierno de Aznar, un reportero estaba metiendo caña sin cuartel a un secretario de Estado. El susodicho, católico romano, practicante, se vengó quitando al Grupo Zeta una importante concesión administrativa. El director, entonces Jesús Maraña, llamó al reporterillo insensato para contárselo:

–Que lo sepas

El reportero, viéndose en la antesala del INEM, balbuceó una excusa.

–No –respondió Maraña–, Asensio ha dicho que sigas metiendo caña.

El asunto debe ser hereditario. El hijo de Antonio –todos los trabajadores llamábamos, alegres e inconscientes, al propietario Antonio– se vio en tesitura parecida con una ministra del Gobierno de Zapatero. A la ministra no le gustaba que se hiciera ese reportaje.

–Asensio me ha dicho que entonces quien tiene el problema es la ministra.

Interviú sigue vigorosa en su poder informativo de capacidad de escándalo –miren, si no, a Chenoa–, aunque sufre como todos los estragos de la crisis del papel. Puede que sea una revista imperfecta, poco elegante en sus colores y maquetas, ruidosa en general. Pero sería criminal que no siguiera en el quiosco.

Imploro al dios de los editores que siempre haya al menos un editor valiente para aguantar los arreones que pega el periodismo independiente y honesto. Aunque sea incómodo, y no digamos más, aunque no dé suficientes clics y páginas vistas.

Alguien tiene que escribir aún el libro, con cantos de cuero y letras de oro, de la historia de ese periodismo.

Amén.